NO PRETENDÍA CONVERTIRME EN PIRATA, sólo ser libre.
Por eso un día dejé en un baúl mis ropas femeninas y me puse unos pantalones.
¡Ah, que os parece la cosa más normal del mundo!, claro, no os he dicho que nací en 1684, en Londres… En esa época una mujer… qué queréis que os diga: nacida para tener hijos y criarles, ser buena esposa, limpia y ahorradora… y nada más. Por no poder… ni leer, que igual pensaban que eras bruja y te quemaban.
No era vida para mí.
Así que me vestí de chico y me enrolé en un barco de guerra –inglés, of course, para luchar contra la flota española… –
Luego me enrolé en el ejército de tierra… nadie sabía quién era yo en realidad. Ni vosotros, ahora que me doy cuenta:
Me llamo Mary Read, aunque todo el mundo me conocía como Mark Read. Sólo le conté mi secreto a una persona… y me casé con él. No era un tipo como los demás, no creía que por ser mujer fuera inferior a él, respetó mi forma de vivir y fuimos muy felices.
Desgraciadamente murió pronto y para sobrevivir me dediqué a lo que mejor sabía hacer: me embarqué rumbo a las Indias. Un trabajo peligroso por los buques piratas que surcaban las aguas. Lo sé por experiencia propia: fui apresada por el Revenge, el barco de Calico Jack, un pirata de cuidado que me ofreció la posibilidad de unirme a su tripulación. Y eso hice, qué esperabais.
La cantante aragonesa Carmen Paris tiene una canción que dice: “qué cositas tan insólitas que suceden por ahí” -pensaréis que me voy de cabeza, que mezclo churras con merinas, y es verdad,- pero es que entre la tripulación de Calico conocí… a Anne Bonny, ¡otra mujer pirata que como yo disimulaba su género para poder vivir la vida que quería! ¿Hay algo más insólito…? , Anne era experta en el manejo de las pistolas y del machete y era considerada tan peligrosa como cualquier hombre pirata.
El caso es que mi nueva vida me gustaba. Unos cuantos barcos abordados con éxito, buenos botines, buen ambiente de camaradería y una buena amiga camuflada, como yo.
Nos hicimos muy famosas por nuestras múltiples hazañas en el mar y por mostrar más valor que muchos hombres, cosa que demostramos en nuestra última batalla.
Fue en octubre de 1720, ¡cómo para olvidarlo!. La recompensa por nuestras cabezas era bastante elevada y el gobernador de Jamaica, que supo de nuestra presencia en la zona, envió un barco armado.
Aquello fue un desastre. Después de un botellón a bordo, todos nuestros compañeros estaban como cubas. Inconscientes o incapaces de nada, sólo Anne y yo intentamos evitar el abordaje.
Nos capturaron, claro. Ser mujeres no nos libró de la horca.
La ejecución de Anne se fue retrasando poco a poco hasta que un día… no se sabe cómo… desaparecieron los papeles, desaparecieron los expedientes, desapareció Anne… todo desapareció, misteriosamente.
De mí se dice que morí en prisión, víctima de unas fiebres. El caso es que también desaparecí…misteriosamente.
Pero tanto Anne como yo hemos vuelto.
En realidad nunca nos hemos ido.
Hemos conseguido nombres nuevos y vidas nuevas. Y por alguna de esas “cositas tan insólitas que suceden por ahí” yo he llegado aquí, al Domingo Miral.
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